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Storytime: Adolescencia tardía y Tronic por partida triple – Parte I.

El primer concierto en la vida de una persona como yo, no solo constituye un hito importante y significativo por sí mismo, sino que puede ser incluso el equivalente a tener una primera experiencia religiosa. Y cual relato bíblico, mi experiencia fue el equivalente a un vía crucis de lo más punki y desafortunado, aunque, aún así, con el mejor resultado posible.

La que ha nacido pobre, (no) sabe de resignación.

Representación gráfica y fehaciente de mi yo adolescente.

Los 14 años son una edad curiosa. En mi antesala de los 15, era una adolescente emo con aspiraciones ideales pseudo-anarquistas que estaba comenzando a descubrir en qué medida el mundo y la sociedad pueden ser una mierda. Pero al mismo tiempo, no terminaba de ser una completa nerd con la maldita etiqueta de ser la eterna «matea«.

La inevitable necesidad de buscar donde encajar, me llevó a nutrirme de música a través de la cual pudiera manifestar mi descontento y expresar todo el desorden de sentires que una adolescente hormonal como yo podía tener. Así que, entre búsqueda y búsqueda, le abrí las puertas de mi vida a la banda Tronic.

«Que tú tengas más años no te da poder...». Todo lo que una jovenzuela descontenta quiere escuchar.

Fue justo en mi plena obsesión con ellos que me enteré por una publicación de Facebook que iban a presentarse en el desaparecido Bar Rockaxis, ubicado en lo que es el sótano de la famosa discoteque «El Huevo» de Valparaíso, en una función doble apta para todo público. Todo eso en el marco de un tour que estaban realizando para festejar los 10 años de la banda.

La oportunidad era perfecta y parecía caída del cielo: un show justo en mi región, relativamente cercano y en un horario adecuado para no quedarme sin transporte de vuelta a mi casa. El único problema era que mi motivación era más grande que mi poder adquisitivo.

Y a pesar de que $5000 pesos por una entrada al día de hoy puede hasta parecer un chiste, para mi yo de ese entonces ya era una inversión, considerando que sólo estudiaba y trabajar no estaba dentro de mis posibilidades. Pero quedarme de brazos cruzados no era opción, mucho menos cuando en mi discurso mesiánico me jactaba de que si alguna vez tuviera oportunidad de ver a mi banda favorita, no me rendiría hasta conseguir entrada.

Así que mi primera brillante idea fue hacer una colecta en mi curso. Un día pasé con un gorrito por toda la sala, pidiendo una cooperación voluntaria para poder ir al recital. Pero a pesar de las generosas contribuciones de mis mecenas, el monto recolectado no alcanzaba a cubrir el 20% de la meta, así que tuve que optar por medidas extremas y acudir ante mi santa patrona: mi bisabuela.

Al final, entre idas, vueltas y negociaciones truchas, conseguí llegar a la importante suma de $10.000 pesos que me alcanzaban para cubrir la entrada y más. Nunca me había parecido tan sublime aquel billete azul con la cara de Arturo Prat. Era todo un logro.

Pero por desgracia, la felicidad no me iba a durar mucho.

¿Y ahora qué?

Con el asunto monetario listo, quedaba lo más importante: comprar la entrada.

Como era una virgen concertil, no tenía idea de cómo proceder ni a donde dirigirme. Así que hablé con mi prima, gracias a quien conocí buena parte de las bandas de mi adolescencia (incluyendo a Tronic) y quien, en ese entonces, ya tenía unos 98 años de experiencia en recitales (algo así como la Yoda de los conciertos y mi heroína en varias situaciones símiles). Así, nos pusimos de acuerdo para ir juntas y comprar las entradas.

El plan a priori era bastante simple: después de mis clases nos juntaríamos en el centro y pasaríamos al mall a comprar las entradas, que en ese entonces se compraban en una multitienda (me niego a decir cual).

Después de haber estado toda la clase con las ansias por las nubes, cuando estábamos cerca de la hora de salida, me dispuse a preparar mis cosas para irme y de paso, revisar mi billetera para ver si mi hermoso billete estaba a salvo. Pero no estaba.

La situación era claramente frustrante por un millón de motivos. Entre ellos, que además de quedarme sin la plata de mi entrada, activar el súper-efectivo-protocolo escolar anti robos también conocido como «nadie sale de la sala hasta que no aparezcan los 10.000 pesos» implicaría inevitablemente salir más tarde de clases, y por tanto llegar atrasada a comprar la entrada.

Pero como obviamente tampoco podía ir a comprar sin plata, no me quedaba otra opción . Me acerqué tímidamente al profesor de turno, llegó el inspector a la sala y el procedimiento fue activado.

Esos debieron haber sido probablemente los minutos más largos de mi existencia. Además de darme vergüenza toda la situación, la tensión aumentaba cada vez más, mientras que mi billete no tenía ni ganas de aparecer. Con el correr de los minutos, empezaban a escucharse los cuchicheos diciendo que en realidad se me perdieron y nadie robó nada. Era también la conclusión de la que me estaba empezando a convencer.

Debió pasar mínimo una media hora en que estuvimos encerrados teniendo que soportar las típicas amenazas surreales del inspector con llamar a la PDI y los pacos, hasta que no di más, y le dije que ya no importaba. En ese momento sentía que nuestra libertad estaba en mis manos, y la responsabilidad era demasiada para mi cuerpo. Los peores tiranos en la historia quizá estarían decepcionados de mi por no haber disfrutado esos minutos de poder, pero tampoco es como que mi meta en la vida haya sido volver orgullosos a Hitler o Calígula.

Cuando por fin salimos de la (j)aula, me fui corriendo al centro y llamé a mi prima contándole toda la situación. Le pregunté qué hacíamos, y me dijo que ella me compraba la entrada y después se lo devolvía. (Spoiler: se lo pagué el mismo día del concierto, pero la maldita lo olvidó y quedó para siempre con la sensación de que le quedé debiendo 5mil pesos).

La última piedra en el camino

La emoción que sentí cuando tuve la entrada en mis manos, no puedo siquiera describirla. Me sentía como una mártir que por fin estaba viendo recompensado todo su esfuerzo y sufrimiento. Quería que las semanas pasaran lo más rápido posible, como si estuviera en una comedia romántica, pero ahorrándome las cursilerías.

PERO.

Cuando quedaba una semana justa para el recital, mis defensas bajaron de un modo extraño y caí en un resfrío de aquellos.

Normalmente hago gala de mi incapacidad para enfermarme, pero esto ya parecía una verdadera broma del destino. El resfrío que me visitó fue tan intenso, que no me dio ni para ir a clases. Después de todo lo que había pasado para conseguir la entrada, no podía darme el lujo de rendirme, así que decidí apostarlo todo en el tratamiento más heavy que pude contra el resfriado.

Me quedé en cama toda la semana, bañando mi dormitorio en desinfectante, haciendo cada uno de los tratamientos curanderos posibles y utilizando una vieja técnica familiar infalible: intoxicarme con Tapsin limonada.

Santo remedio. Justo el día antes del concierto, ya estaba recuperada y lista.

Vamos que se puede, digo yo.

Al final, para el día del recital nos juntamos un total de 5 personas. Además de mi prima, se sumó Tekila, mi partner de toda la vida, su hermana y un amigo punki del cual sólo recuerdo que se llamaba Luis («Lucho» pa’ los amigos) y que, a pesar de su ruda apariencia, era un ser con unos modales y amabilidad inevitablemente resaltables. (Luis, si alguna vez lees esto, espero que no estés funao’ <3).

Por desgracia, no recuerdo los detalles de cómo se terminaron sumando ellos, y cuando le pregunté a Tekila, me dijo: «le preguntas a la marihuana de tu amiga que le quedan la mitad de las neuronas que tenía en ese tiempo», asi que esa parte quedará por siempre como un misterio.

A pesar de no haber quedado muy atrás en la cola, debimos haber estado unas 2 horas de pie esperando la apertura de puertas, mientras veíamos la fila crecer e intentábamos hidratarnos con lo que pudiéramos, tratando además de capear el sol que llegaba directamente a nuestros hermosos rostros.

Hasta que la espera terminó.

El lugar era literalmente un sótano: el ingreso era por la escalera hasta un subterráneo sujetado por varios pilares cuadrados. Por un lado había una pequeña barra (sin alcohol a esa hora), seguido por un puesto con merchandising oficial de la banda y al frente se encontraba el escenario.

Como era un lugar sin localidades especiales, la gente comenzó a acomodarse de pie frente al escenario, mientras que otro grupo trepó al pasillo de un costado que quedaba justo encima de él.

Las luces se apagaron de pronto, y de la nada se prendió la pantalla que estaba en el escenario con escenas del baterista virtual y protagonista de la banda, el gran Ciro Longa, preparándose para comenzar el show. Y la banda completa salió a escena.

Navegando por internet, encontré el registro de ese día. Agradecimientos al autor del video ❤

Debo decir que hice un ejercicio psicológico semanas antes, intentando prever las sensaciones que podría sentir ese día, como el calor, el agitamiento y los olores de dudosa procedencia. Todas mis profecías se cumplieron al pie de la letra, pero se sumó lo más importante: estaba realmente disfrutando de todo eso.

Junto con la música empezaron los saltos, los cantos y gritos. En «malos amigos» busqué a Tekila para que la cantáramos abrazadas como buenas comadres, hasta que en un punto sólo alcanzaba a ver a mi prima delante de mí. Al resto lo había perdido de vista. De pronto mi estatura me jugaba una mala pasada y me costaba poder mirar al escenario, durante los saltos alguien con tacos me pisó, pero nada de eso importó. Estaba teniendo el momento de mi vida.

What the hell was going on here?


Honestamente, una vez finalizado el show, no recuerdo cómo salí viva del recinto. De un minuto a otro estaba afuera, desabrigada, con el pelo tomado y los oídos tapados. Me quedé unos segundos con la mirada fija en un puesto con mercadería pirata de la banda que se encontraba afuera, donde ya se estaba armando la fila para la segunda función.

No me di cuenta cuando habíamos caminado unos pasos, y una pregunta de Tekila me devolvió al presente:

Con los chiquillos vamos a ir a la playa. ¿Quieren ir ustedes?

Mi prima me miró con la cara de duda propia de los planes improvisados, diciendo «no sé, como tú quieras…», dejando la decisión final en mí.

Ese día mis papás estaban de viaje e iban a llegar en la noche, así que me negué con la excusa de que no les había avisado si iba a pasar a otro lado. Ahora estaba decepcionando a los directores de Skins (El Euphoria de mis tiempos) con mi papel de adolescente correcta, pero ya no podía hacer que el metro se devolviera.

Con los años me arrepentí de haberme negado, porque la salida a la playa estuvo buena. Pero siempre sentí que la faceta más rockera de mi adolescencia iba a llegar más adelante, cuando aprendí que en la vida hay que tomarse algunos riesgos al seco. Y parte de eso también lo viviría en el futuro con los mismos cabros de Tronic, porque la vida nos volvería a unir.

Pero eso es cuento para más adelante.

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4 comentarios sobre “Storytime: Adolescencia tardía y Tronic por partida triple – Parte I.

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  1. Dios sabe CUÁNTO estuve esperando un storytime, y no puedo estar más satisfecha 😻
    Hoy sólo traigo cumplidos: la historia divertida, la narración atrapante, los diálogos 💯 y la miniatura como siempre espectacularrr.
    Gracias por compartir un poquito más de ti ❤️

    Le gusta a 1 persona

    1. Casi me dio un algo cuando llegué a la parte de la desaparición de los 10 mil pesos. Espero que sean felices donde quiera que estén.

      Y secundo el comentario sobre el protocolo anti-robos: cuántas cosas no se perdieron dentro de la sala y por puro hastío y resignación no aparecieron nunca más.

      La narración 10/10, sentía que estaba viviendo todo en carne propia y podía imaginarme todo el escenario. No me acordaba que antes existía un bar en el sótano de El Huevo. La virtual groupie sigue siendo una fuente inagotable de aprendizaje para mí.

      Espero la segunda parte con ansias.

      Le gusta a 1 persona

      1. Bueno, el Rockaxis ya no existe, pero en su lugar creo que funciona otro bar. Los eventos de ese tipo se desplazaron al Ele Bar de Valpo. Hace falta volver a rondar por esos lares, ahora que quedan solo rastros de la pandemia.

        Gracias por el feedback♡

        Me gusta

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